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domingo, 20 de abril de 2014

Sebastián Aguilar, el escultor de San Pascual



Hola a todos, en esta nueva entrada del blog del barrio de San Pascual de Madrid vamos a relatar la historia de Sebastián Aguilar, vecino de nuestro barrio allá por los años 60 que nos relatas de primera mano su paso por San Pascual, sus recuerdos de vecinos, de su casa, de su oficio como escultor y que sin duda nos ha sorprendido por la gran cantidad de datos aportados para seguir reconstruyendo la historia de nuestro barrio.

Sebastián Aguilar, el escultor de San Pascual



Para facilitar el recorrido virtual por las calles de San Pascual adjunto este mapa de 1972 donde se reflejan las calles que Sebastián cita en su relato.

Mapa San Pascual 1972


Sebastián es el marido de Manuela Aguilar, que relatamos su historia en nuestro blog en la entrada titulada “Emma, la gata de Ventas”.


El Sebas” como se hacía llamar en el barrio tenía su propio taller donde esculpía sus obras bajo encargo, pero dejemos que sea él quien nos lo cuente:


  Conocí el barrio de San Pascual cuando fui a Madrid para hacer el servicio militar en el Ejército del Aire y destinado en el CRM de la Colonia del Viso.

  Ingresé como soldado voluntario el 20 de septiembre del año 1.957 me concedieron el licenciamiento el día 31 de marzo de 1.959.

   En el barrio de San Pascual vivía la hermana de mi madre, llamada Juana, en la calle Isabel de Guzmán, que comenzaba en la Casita de la Virgen, cruzaba con Esteban Mora y continuaba hasta no recuerdo donde, porque mi vida en ese barrio la hice por el entorno de la casa de Tía Juana, que estaba enfrente a lo que fue la fábrica de ladrillos y tejas; creo que llamaban el tejar del Cerro de Aire. Había varias cuevas vivienda. Por cierto que las que visité eran habitáculos que no envidiarían a las viviendas cercanas hechas de obra.       


Fábrica de ladrillos La Victoria, en el Cerro del Aire
         

     Mientras ejercía el servicio militar pasaba los fines de semana en casa de Tía Juana, porque como me destinaron a las oficinas del Centro de Reclutamiento y Movilización, tenía un permiso para todas las tardes, que dedicaba con mucho acierto a trabajar en el estudio de un famoso Escultor, y los sábados y domingos vivía en casa de mi tía, en compañía de sus hijos, yerno y nietas.

     Algunos fines de semana salíamos la noche del sábado mi primo, su cuñado y yo a recorrer algunas tabernas del barrio, muy especialmente algunas que había en la calle de Canillas y sus alrededores. También prolongábamos las correrías por unas calles como Carretera de Aragón, Barrio de la Concepción y en algunas calles del entorno de Ventas.
    Esto no quiere decir que nos emborracháramos, porque éramos por naturaleza comedidos en la bebida. Además, si me hubiera sobrepasado corría el riesgo de perder los permisos, por aquello de estar fuera del cuartel y no cumplir con el respeto a las ordenanzas militares.
 Algunos domingos acudía a comer a casa de algún familiar por parte de mi madre o mi padre, que había abundantes en esa zona de Ventas y cuando viajaba al centro acudía al metro de paso por la calle de Canillas, en la fotografía que muestro a continuación.


Calle Canillas


Cuando me licenciaron decidí buscar una pensión donde me atendieran bien y fue precisamente en una casa que hacía esquina en la calle Isabel de Guzmán con Esteban Mora. Entraba a la vivienda por Esteban Mora. Me la recomendó la hija de mi tía Juana que tenía amistad con la patrona. Se trataba de una familia compuesta por la patrona y su esposo, que era Guardia Civil de servicio en la cárcel de Mujeres y tres hijas. A mí me trataban muy bien. Éramos cuatro alojados y dormíamos dos en cada habitación. El único que tenía acordado en el precio la cena era yo y solía cenar con toda la familia.  

Pensión donde vivió Sebastián situada en Esteban Mora 6


En esta casa estuve viviendo cerca de un año.  La dejé y me hospedé en otra de la calle Fuencisla, en el Barrio de la Concepción, muy cerca de la anterior, porque me apunté en la Academia Cima del Pasaje San Ginés, para ampliar mis estudios de Delineante, y como en la anterior pensión no había suficiente sitio para realizar las tareas de dibujo que me ponían en la clase, es por lo fui a la otra donde había un amplio salón donde podía realizar el dibujo hasta altas horas de la noche.

     En el bajo de la casa de Esteban Mora esquina con Isabel de Guzmán, había un excelente Ebanista, al que pasado cierto tiempo le encargué un precioso armario de cocina diseñado por mí, para la vivienda que adquirimos entre mi novia y yo, para cuando nos casáramos, que fue en 1.962.

     En 1.960 alquilé una pequeña vivienda cerca de esa casa donde vivía mi tía Juana.

     A esa vivienda se podía entrar por la puerta que muestra la fotografía siguiente que daba a un patio donde había otras dos viviendas además de la mía, que es la que se ve justo a la derecha de la entrada; una puerta y dos ventanas. Y por otra puerta que había un poco a la derecha de ésta entrada que tenía dos hojas: una arriba y otra abajo, es por donde se metía materiales para el trabajo, y por donde saldrían los trabajos acabados. Constaba el local de dos compartimentos y tenía dos ventanas y muy buena luz entre puertas y ventanas. 

Taller de Sebastián


     A la derecha de la fotografía había una vivienda más que era donde vivía el propietario de todo el grupo de casas, que se llamaba Manolo, y era, como casi todos los vecinos del sector de Valdepeñas o de Santa Cruz de Mudela.


     De las dos viviendas que había en ese patio que se aprecia en la fotografía, en una de ellas residía un matrimonio y sus dos hijos: niña y niño.  El esposo se nombraba Ramón y la esposa Ramona y me cedían la corriente eléctrica de su casa, que me cobraban cuando tenían el recibo de la compañía eléctrica, y pagaba una pequeña cantidad por el gasto que hacía.

     A continuación de aquella casa del señor Manolo ya en la calle Isabel de Guzmán, había una taberna, donde estaban casi siempre entre otros, unos empleados del servicio de limpieza nocturno del Ayuntamiento de Madrid, que vivían por aquellas casas. Ellos terminaban su trabajo de madrugada, dormían por la mañana un rato y otro poco en la siesta y destinaban buena parte del día a reunirse con los vecinos que vivían de alguna incapacidad laboral o estaban de momento sin trabajo. El caso era que, como eran casi todos amigos de mi primo y su cuñado, con deseo de ayuda a quien lo necesitara en el barrio, habían advertido que si yo precisaba de su ayuda no tenía más que ir a la taberna y decírselo.
Como desde que alquilé este recinto me dediqué a ejercer por cuenta propia, como autónomo que se dice ahora, mi profesión de Escultor y me hacían encargos muy buenos de mármol y de piedra entre otras materias, precisé de la ayuda de aquellos señores que había en la taberna vecina.

     Entre los trabajos que me encargaron destaca:

 Una Virgen del Rosario en mármol blanco de metro y medio para Venezuela. Dos ángeles de mármol blanco de un metro para un trabajo en Tafalla.

Un Cristo en relieve de piedra blanca para Bilbao. Un busto tallado en piedra de Alicante a tamaño natural, de quien fuera fundador de la Escolanía de Hermanos de SanJuan de Dios, para colocar en Ciempozuelos, provincia de Madrid. Y escudos heráldicos de piedra, así como diversos modelos para empresas de platería y de repujado en piel. También como para unas fábricas de medallas, insignias, artículos decorativos de plástico.

Busto del fundador de la escolanía de San Juan de Diós

     Cuando recibía unos bloques de mármol o de piedra, iba a la taberna vecina y solicitaba ayuda. Rápidamente acudían los voluntarios y en poco tiempo dejábamos el bloque de turno en el interior de mi local. Cuando terminábamos, íbamos todos a la taberna y les invitaba a una consumición,  pero nunca pude pagar alguna. Cuando no era alguno de los concurrentes quien pagaba, era el tabernero quien invitaba a los participantes, incluido yo.

     Cuando llegaba el material de piedra, mármol o madera no había más expectación que la de quienes ayudaban a introducir aquel material en mi sencillo taller. Pero cuando se trataba de entregar alguna de las esculturas de mármol o piedra, como mi tía Juana sabía que iban a llevárselo, avisaba a vecinos y vecinas y aquello era todo un acontecimiento y yo me sentía muy orgulloso de que vieran mi trabajo,  pues mientras estaba realizándolo, rara vez se asomaba alguien para ver cómo y qué hacía en cada escultura. Eran muy discretos.
     
 Como mi nombre es Sebastián en el barrio me llamaban El Sebas.
  

Fuente en el Barrio de San Pascual


Recuerdo que en la mayoría de estas viviendas del barrio no había agua, ni desagüe, ni retrete. Así que los despojos y aguas sucias se echaban a la calle, que era de tierra, donde había unos surcos por donde corrían los líquidos casi siempre malolientes. Los vecinos estábamos acostumbrados a los olores y convivíamos con ellos. No así quienes iban a visitarnos que les quedaba un cierto tufillo como recuerdo. En mi local como en los del entorno faltaba el agua, que cogíamos de la fuente que había frente a la casa de mi tía Juana y era parecida, si no la misma, a la de la anterior fotografía.

     En mi caso tenía un buen botijo de barro cocido que iba a cambiar el agua casi todos los días. También tenía un cubo de aquellos de hierro galvanizado con agua limpia, tapado con una tabla y un pequeño barreño, que hacía de palangana, para lavarme cuando terminaba mi jornada, cuyo contenido terminaba en el surco más próximo de la calle. 



Como habréis podido leer, Sebastián nos ayuda a recordar, en algunos casos y en otros a conocer, como era nuestro barrio en los años sesenta, en una época en la que el barrio todavía no había sido afectado por las despropiaciones y en el que todavía se vivía un cierto ambiente de pueblo. Donde no había más que pedir un favor y ya había más de un vecino dispuesto a echarte una mano. Donde el barrio era como una gran familia.

Así pues desde el blog del barrio San Pascual estamos sumamente agradecidos de la colaboración de Sebastián Aguilar con su testimonio pues ha sido un gran hallazgo.


¡Muchas gracias Sebastián!


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