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jueves, 9 de octubre de 2014

Yo viví la guerra civil española - Tercera parte





Bueno días vecinos, en la siguiente entrada del blog del barrio San Pascual continuamos con el relato de nuestra vecina Carmen Aritmendi. En esta tercera y última entrega de su relato, Carmen nos contará su viaje de vuelta, el reencuentro con familiares y sobre todo la llegada a su tan amado barrio de San Pascual.


Capítulo V – La vuelta a casa



Llegó el día que salimos de allí para volver a casa pero el viaje de vuelta también fue complicado porque mi padre si pudo llegar a Madrid pero nosotros tuvimos que quedarnos quince días en un pueblo que se llamaba Villarejo de Salvanés y nos tuvimos que hospedar en una posada que había en la entrada del pueblo.

Teníamos una habitación con una cama y un catre para dormir las cinco. La posadera le dejaba poner a mi madre todos los días un puchero con la comida en aquellas lumbres en el suelo y que cocían lentamente durante toda la mañana.
Yo hice amistad con la hija de la posadera que era muy jovencita y guapa y le ayudaba a arreglar las habitaciones de los huéspedes y así me entretenía.

Un poco más abajo de la posada había un cuartel y los soldados eran extranjeros.  Algunos de ellos iban a la posada a pasar el rato, sobre todo recuerdo dos de ellos. Un americano que era delgado y con gafas y otro ruso, alto y fuerte, que le gustaba coger a mi hermana pequeña en brazos. Ella a veces le decía papá y el nos decía: “Yo ser mula vieja y no ser padre”. Debía de tener cerca de cuarenta años y casi todos los días nos llevaba una tableta de chocolate.
Otros ratos del día los pasaba mirando al balcón de la habitación por ver si iba alguno de mis tíos a recogernos, pues mi padre tenía dos hermanos que conducían camiones militares y les avisaron de que estábamos en aquel pueblo por si estaban por allí y pudieran traernos a Madrid, aunque esto no ocurrió.

Pero un día que mi madre salió a coger jabón que daban por la cartilla de racionamiento y se encontró con un vecino del barrio que iba en moto al frente de un convoy militar y venían hacia Madrid y le dijo que nos podían traer.

Mi madre volvió con la noticia y en segundos recogimos nuestras cosas y nos pusimos en camino. Recuerdo que nos trajeron en las cabinas de dos camiones pues nosotros ya teníamos el salvoconducto para entrar en Madrid, aunque tampoco pudieron traernos cerca de casa pues tuvieron que dejarnos en la Alameda de Osuna, cerca de Canillejas, a donde fue a buscarnos un hermano de mi madre que tenía un carro y una mula.

La guerra continuaba, estábamos ya en el mes de Julio de 1937, por lo que llevábamos un año de guerra y aunque siguiéramos en peligro estábamos contentos de estar juntos de nuevo.
Como he dicho, la guerra continuaba con todas sus consecuencias pues hubo varios vecinos del barrio que murieron en el campo de batalla dejando mujeres viudas y niños huérfanos.

Mis padres, que eran muy buenas personas, seguían con la tienda que solo se abría un día a la semana, que era cuando repartíamos el suministros que daba Abastos pero aún así solían favorecer a personas que, algunas de ellas, luego demostraron no lo merecían.


Capítulo VI – El fin de la guerra



Ya habían pasado dos años y medio desde el comienzo de la guerra.

Las tropas de Franco iban avanzando y ya estaban próximas a Madrid, aquí se estaba resistiendo pero se veía cercano el final.
En Febrero de 1939 a mi padre lo reclutaron para llevarle al frente, ya iba a cumplir los cuarenta años. También llamaron a filas a jóvenes de dieciséis o diecisiete años; a los mayores les decían la quinta de los viejos y a los jóvenes la del chupete.
 A mi padre y a mí, que era la mayor, nos dio mucha pena que tuviera que ir porque pensábamos en lo peor y lloramos los dos mucho.
 
El día cuatro de Febrero tuvo que presentarse en el cuartel de donde se lo llevaron a un pueblo de Madrid para hacer la instrucción durante un mes antes de incorporarse a filas.
Mi madre, durante el tiempo que estuvo allí, pudo ir a verle varias veces acompañada de una vecina y clienta de la tienda y así le llevaban la comida para que no pasaran necesidad.

Estuvo en el frente poco más de un mes cuando las tropas de Franco entraron en Madrid. Era ya el mes de Abril de 1939 y ya habían ganado la guerra. A mi padre, como a tantos otros, en vez de dejarlos volver a casa los hicieron prisioneros y los llevaron a campos de concentración donde tenían que dormir en el suelo sobre una manta y les daban muy poca comida, esto lo contó mi padre cuando volvió a casa.
Mientras tanto, nosotros estábamos con mucha pena, sin saber su paradero pues, por lo visto, les decían que escribieran a la familia pero como no tenían dinero para sellos las cartas no llegaban. Mis abuelos paternos pienso que debieron sufrir mucho pues tenían seis hijos varones en la guerra, cinco en la zona roja y uno en la zona nacional como se decía porque le había cogido la guerra en Salamanca. Además de los hijos también estaban el yerno y el novio de mi tía, la más pequeña, que ya era como de la familia por ser hermano de una nueva.

En el barrio donde vivíamos llamado San Pascual, cerca de la plaza de toros de las Ventas y donde yo todavía sigo viviendo, había varias tienda de ultramarinos como la de mis padres, todos se llevaban bien. Al ser todos más jóvenes que mi padre les fueron llamando para luchar en la guerra y así fue que cuando le tocó irse a mi padre teníamos que repartir el suministro a la clientela de tres tiendas.

El día que había que ir a recoger el suministro, mi madre se iba por la mañana temprano y no volvía hasta las doce o la una del mediodía. Ese día solía venir mi abuelo a ayudarnos pues el género era empaquetado por raciones para que después nos diera tiempo en toda la tarde a despachar a toda la clientela.
Yo a parte de haberme quedado toda la mañana al cuidado de mis hermanas y de la comida, que casi siempre solía ser cocido, por la tarde la pasaba toda en la tienda y una vecina se quedaba al cuidado de mis hermanas.

Uno de los hermanos de mi padre, el menor, que como se decía antes “le cogió la guerra fuera de Madrid” por lo cual sufrimos todos por el motivo de no tener noticias suyas durante mucho tiempo y al final pudimos saber de el por medio de la Cruz Roja, que por cierto al volver venía algo delicado por un catarro que había cogido en el frente.
Cuando él llegó aquí fue en el tiempo en que no teníamos noticias de mi padre y como él, por haber estado en zona nacional, le era más fácil averiguar dónde podía estar mi padre hasta dar con su paradero que estaba en un pueblo de Valladolid llamado Balbuena de Duero y desde allí les trasladaron a otro campo de concentración en Aranda del Duero a donde mi madre ya pudo ir a verle.
Nosotros teníamos unos clientes del barrio que eran de aquel pueblo y que tenían familia allí y mi madre puso quedarse en casa de aquellas personas que la trataron muy bien.
En el campo de concentración mi padre hizo amistad con tres compañeros muy buenas personas y como ya las familias habían dado con ellos repartían lo que les llevaban y así lo fueron pasando mejor.

En el capítulo anterior comentaba que mis padres durante la guerra habían ayudado a personas que después demostraron no lo habían merecido. Como antes decía ya supimos del paradero de mi padre pero para que le pusieran en libertad necesitaba un aval por alguna persona importante que demostrara que aparte de haber tenido que incorporarse obligatoriamente no había pertenecido a ningún partido político ni había participado en ningún acto contra nadie.

Entonces fue cuando mi madre acudió a una de esas personas que ellos tanto habían favorecido y que pertenecían a la Falange Española ejerciendo un buen cargo y cuál sería su asombro cuando le dijo que no le podía avalar porque no sabía que podía haber hecho durante la guerra.
Mientras que mi padre estuvo allí un tío mío que también era tendero nos ayudó en la tienda.
En el mes de Junio, sobre mediados, mi padre ya volvió a casa, no recuerdo como se produjo su libertad. Ya en casa aunque estábamos en la posguerra y seguíamos pasando muchas necesidades poco a poco íbamos teniendo algo para vender y mis padres continuaban en la tienda ayudando como siempre a la gente en lo que podían.

No puedo terminar este relato sin mencionar otro episodio que vivimos muy cerca y que ocurrió días antes de acabar la guerra.
Como dije antes, las tropas de Franco iban avanzando y ya solo les quedaba tomar Madrid, entonces los Republicanos se dividieron en dos bandos porque los socialistas querían rendirse y los comunistas querían seguir resistiendo y empezó una lucha entre ellos, justamente en un cerro que había muy cerca de mi casa. Los obuses volaban por encima de nuestro tejado y destruyeron varias casas del barrio entre ellas la de un tío mi hermano de mi madre, que por suerte no se encontraba en ella en aquellos momentos.
Las vecinas y clientes nuestros vinieron con sus niños a refugiarse en la cueva que teníamos debajo de la tienda y llevaban también parte de sus pertenencias como bolsas con ropa.
Mi madre ponía todos los días una olla grande que tenía para calentar el agua y en ella hacía una comida para todos, lentejas, judías o lo que había en casa. No recuerdo los días que duró aquello pero cuando terminó aquellos campos terminaron sembrados de muertos y en el barrio también hubo varios vecinos heridos.
También tuvimos en la cueva con nosotros a tres soldados que se vinieron porque no querían seguir luchando, después cuando se marcharon no volvimos a saber  nada de ellos. Uno era catalán, el otro de un pueblo de Toledo y decía que le daba miedo ir a su pueblo porque su padre había sido alcalde del pueblo. El tercero era el más jovencito y no recuerdo de donde era.

Como mi idea de escribir esta historia real no era otra que dejar constancia de lo que se vivió en Madrid y me figuro que en toda España voy a poner fin a este relato, no sé si habré sabido expresarme bien para que lo entiendan pero esa ha sido mi intención.

Y termino, como decía en el prólogo, pidiendo a Dios no tengamos que pasar por otra guerra y lo pido no pensando en mí, sino en mis hijos y nietos y en España entera.

Fin.


Carmen Aritmendi Palomo – Recuerdos de una vida



Carmen nos ha querido contar como fueron aquellos años en nuestro barrio, siguió creciendo en aquellas calles que con el paso de los años volvieron a la normalidad. Pasados los años conoció a un mozo de un barrio cercano, Francisco Ortiz del Moral, con quien contrajo matrimonio en 1957 en la Parroquia de San Juan Bautista. Ya siendo matrimonio compraron una casa en la calle de María Nistal en donde nacieron y crecieron sus cuatro hijos.

Boda de Carmen y Paco

Invitados a la boda de Carmen y Paco

La madre de Carmen, la señora Juan la tendera enfermó por lo que su marido, el señor Paulino el tendero alquiló su tienda de ultramarinos, La Pequeña, para dedicase en exclusiva a su mujer. Es por ello que muchos vecinos del barrio recuerden la tienda siendo esta atendida por otros vecinos del barrio.

Los años fueron pasando y cada vez estaba más cerca la desaparición del barrio de San Pascual que Carmen conoció de niña. En esos años la familia de Carmen sufrió un episodio trágico, el incendio de su casa, un suceso muy nombrado en la época.

Patio interior de la casa de Carmen y Paco. 1970

Carmen y Paco fueron vendiendo al ayuntamiento todos los terrenos que poseían en el barrio pues San Pascual se enfrentaba a un gran cambio urbanístico y es por ello que la familia de Carmen, al igual que muchos vecinos del barrio, estuvieron viviendo entre 1979 y 1981 en las casa prefabricadas del barrio de la Alegría, en la desaparecida calle de Los Hermanos Cardeñosa. 

Señor paco en la casa prefabricada de Hermanos Cardeñosa. 1979

Pasados estos años compraron un piso en la Manzana G del nuevo barrio de San Pascual donde Carmen a sus 86 años, 80 en el momento que escribe este relato, sigue viviendo.

Desde el blog del barrio San Pascual queremos agradecer a Carmen que haya querido compartir con nosotros su testimonio y sus recuerdos de toda una vida y nos quedamos con las palabras con las que finaliza el relato:

Pidiendo a Dios no tengamos que pasar por otra guerra y lo pido no pensando en mí sino en mis hijos y nietos y en España entera”.

Carmen Aritmendi en la actualidad



¡¡¡Muchas Gracias Carmen!!!

lunes, 6 de octubre de 2014

Yo viví la guerra civil española – Segunda parte




En la siguiente entrada del blog del barrio San Pascual, la segunda de tres, nuestra vecina Carmen Aritmendi nos sigue relatando su testimonio sobre la guerra Civil española, a pasar de ser una niña que acababa de cumplir los ocho años de edad muestra una madurez y una entereza digna de admiración.

 La guerra sigue su curso y es por ello que el país, cada vez más dividido, empieza a ser un sitio no demasiado seguro para mujeres, niños y mayores, es por ello que exiliarse a lugares donde el conflicto bélico tengas menos eco sea la mejor opción. 

El testimonio de Carmen nos traslada a aquellos años de terror y sufrimiento, muchas veces por dejar de tener noticias de los seres queridos. La escasez de alimentos cada vez se hace más presente con lo que ello conlleva, pero dejemos que sea la propia Carmen quien nos lo cuente: 


Capítulo II – Sufriendo por la guerra


Ya había pasado seis meses y Madrid estaba siendo castigado por los bombardeos diarios, los cuales daban muchos muertos y casas destruidas  y una de las más castigadas, según yo oía decir, era Tetuán de las Victorias y Cuatro Caminos.


Mis abuelos paternos vivían en el centro de Madrid junto a la calle Atocha.

A mí me gustaba mucho estar en su casa con ellos cuando no tenía colegio, pues todavía vivían con ellos tres tíos solteros y una tía que me llevaba diez años, y al ser yo la primera sobrina se volcaban en mí y me solían llevar al cine o la verbena junto con mi tía, cosa que no podían hacer mi padres por el trabajo que tenían, pero cuando empezó la guerra mis padres ya no me dejaban ir por miedo a los bombardeos y lo echaba mucho de menos.


Vivíamos en el barrio de San Pascual, un barrio donde mi padre, aun soltero, había comprado un terreno donde después construyó su casa. Cuando se casó puso una tienda de ultramarinos pues mi padre se vino del pueblo muy jovencito para trabajar en una tienda y al cabo de los años llegó a ser encargado.



Mi madre también vino a Madrid a trabajar como empleada del hogar, como se dice ahora, pero aunque trabajó en buenas casas tenían que trabajar muchas horas por muy poco dinero.

Después de casados mis padres trabajaron duro en la tienda, lo cual era muy esclavo por estar en un barrio obrero como era este, y así poco a poco, sin disfrutar de nada más que del trabajo fueron ahorrando y compraron varias casitas en el barrio que después alquilaron.


El inquilino de una de esas casas era murciano de un pueblo pequeño cerca de Alcantarilla. En vista de que la guerra continuaba y se pasaba tanto miedo convenció a mi madre para que nos fuéramos a su pueblo, pues según él, allí no se oía la guerra y en cambio aquí seguían los bombardeos. Tanto era así que muchos días teníamos que dejar la comida en la mesa y salir corriendo a meternos en el refugio que habían construidos los vecinos del barrio.

Ni mi madre ni yo queríamos irnos de Madrid pero ante tanta insistencia de nuestro inquilino, mi madre por fin decidió de marcharnos aunque con mucha pena por tener que dejar aquí a mi padre y demás familia.


Yo tenía dos hermanas más pequeñas y también teníamos a mi abuela materna de sesenta y seis años que también la llevamos con nosotros.





Capítulo III – El viaje




Era el día dieciséis de Enero de 1937 y amaneció muy frio y lluvioso.

El viaje, creo, lo teníamos que hacer por el ayuntamiento que nos llevaban gratuitamente como evacuados, después de haberlo solicitado unos días antes. El transporte para viajar eran unos camiones con toldo los cuales no tenían donde sentarnos y tuvimos que hacerlos sobre el equipaje y los bultos que llevábamos, lo cual era bastante incómodo.


Habíamos estado esperando varias horas hasta que fuimos recogidos en la Carretera de Aragón, junto al ayuntamiento. Hoy día se llama calle de Alcalá.


Serían las cinco de la tarde cuando iniciamos el viaje.

Con nosotros iban, aparte de nuestros inquilinos, un joven hijo de ambos y una joven que eran novia de otro de los hijos de estos señores.

Con esta muchacha iban también dos hermanas de ella, una de la edad del hijo de los señores y otra de mi misma edad, que luego fue mi compañera de juegos.

También iba otra vecina con un niño pequeño, pues su marido estaba en el frente y como era de aquel pueblo se iba a vivir con su suegra,

Bueno, se me olvidaba que también  viajaba con nosotros la nuera de nuestros inquilinos con otro niño, nieto de ellos y que también tenía a su madre en ese pueblo. Total que pienso que éramos una quince personas, todas conocidas, y nunca he podido recordar si con nosotros fue alguna persona más. Pero si recuerdo que nada más ponernos en marcha para salir de Madrid empecé a recordar a mi padre que se quedaba y me puse a llorar.


Mi madre me consoló diciendo que no íbamos para poco tiempo y que pronto volveríamos a vernos.

No puedo decir el tiempo que pasó pero ya hacía mucho que había anochecido cuando llegamos a Aranjuez donde paramos para darnos la merienda que consistía en un trozo de chorizo. Un chorizo que tuvimos que comer a bocados.

Viaje de exilio de Carmen y su familia



Después continuamos el viaje y ahora comprendo el porqué de haber tardado tantas horas en llegar a nuestro destino. Era porque España estaba dividida, por unas zonas estaban las tropas de Franco y en otras las tropas Republicanas o Rojas, como decían, y había que ir dando rodeos para no meternos en el terreno del enemigo. Aún así pasamos un buen susto, pues llegó un momento en que tuvimos que parar porque el conductor creía haberse equivocado y entonces estaríamos en peligro. Después comprobó que no fue así y continuamos el viaje pero fuimos un rato con los faros apagados.

Por fin llegamos a Alcázar de San Juan, donde ya terminábamos el viaje en aquel camión para hacer trasbordo al tren. Eran ya las doce de la noche cuando nos pasaron a un comedor en la misma estación para darnos la cena que fue un plato de judía blancas con chorizo que todos comimos con apetito y también una naranja de postre.


Ya sobre las doce de la noche subimos al tren que nos conducía al punto de destino.

Todavía no se habían acabado los sustos. Después de haber pasado toda la noche en el tren, aquellos trenes con los asientos de madera pero aún así era más confortable que el viaje que habíamos hecho en aquel camión.

Ya entrada la mañana, sobre las diez o las once, empezamos a oír el ruido de los aviones y el tren se paró, recuerdo que íbamos por un pueblo llamado Cieza y aún nos faltaba un tiempo para llegar a Alcantarilla.

El motivo de haberse para el tren fue porque no se sabía si aquellos aviones podían ser del enemigo pero al fin se vio que eran de nuestro bando y continuamos el viaje.


Por fin llegamos a Alcantarilla pues aunque el tren pasaba por el pueblo, allí no tenía parada y tuvimos de vuelta como un kilometro para llegar donde ya nos estaban esperando la hija del señor Joaquín, que así se llamaba nuestro inquilino, y su esposo, también tenían un niño pequeño.

Nos  recibieron muy amables y nos prepararon una paella para que comiéramos todos los que íbamos a la casa y recuerdo que a mi chocó mucho porque en vez de color amarillo era muy verde, debía de ser porque llevaba alcachofas.


Cuando nos pusieron la comida en vez de ponernos a comer casi todos nos pusimos a llorar recordando a quienes nos habíamos dejado en Madrid, pero al fin el viaje había terminado.


Capítulo IV – La estancia


Fueron pasando los días y los meses.

Nosotros llevábamos bastante comida para no pasar hambre, sobre todo legumbres. Lo que si echábamos de menos era el pan, que nos daban una pequeña ración diaria, pero había una vecina que tenía varios hijos, eran muy pobres y mi madre les daba legumbres y ella nos daba pan porque decía que teniendo un buen puchero de comida sus hijos se quedaban satisfechos y no echaban de menos el pan.


Yo aunque era pequeña ya solía ayudarlo que podía, como era barrer los patios, la puerta de la calle y también cuidaba de mis hermanas cuando tenía que salir a hacer recados.

También tenía ratos para jugar y lo hacía con aquel vecino que vivía con nosotros y era de mi misma edad.


Señora Juana con sus hijas, Carmen, Felipa y Juana la pequeña.


Teníamos otra amiga de juegos, una niña que llegó al pueblo con su familia huyendo de la guerra. Su padre había muerto en el frente y aún siendo tan niña iba toda vestida de luto.

El señor Joaquín no era mala persona pero tenía un carácter muy fuerte y no era muy tolerante con los niños. La señora Josefa, su esposa, era muy paciente y cariñosa y todos las queríamos mucho.

De mi padre hubo un tiempo en que no teníamos noticias y mi madre sufría porque las cartas no llegaban. 
 Después tuvimos la suerte de que en correos tenían mis padres un conocido y por medio de él empezaron a llegar las cartas regularmente.


Y ahora voy a contar lo peor de la estancia en aquel pueblo; y es que mi hermana, Feli, que tenía cuatro años, enfermó y lo pasamos muy mal porque fueron una calenturas tifoideas  que la tuvieron casi a las puertas de la muerte y tuvimos la gran suerte de no contagiarnos las demás porque dormíamos todas en la misma habitación.

A mi padre le comunicaron por carta la enfermedad de mi hermana pero en aquel tiempo estaban prohibidas las salidas de Madrid y no pudo ir a reunirse con nosotras y lo pasó muy mal, pues creo que pasó por lo menos mes y medio hasta que pudo ir y para entonces mi hermana ya estaba bien aunque la pobre lo pasó tan mal que tuvo que aprender a andar de nuevo.

También hubo situaciones en las que mi madre tuvo que sufrir, por ejemplo la que voy a contar ahora.

Como mi padre ya nos había comunicado que ya podía ir a vernos, aunque no nos decía la fecha, pues yo con el deseo de verle, un día provoqué algo por lo que todos nos disgustamos.

Como todos los días, me acercaba al paso del guardabarreras para ver pasar al tren pero aquel día, no sé porque, me pareció ver a mi padre asomado a una ventanilla y creo que dije que el señor Joaquín también iba con él, así que cuando pasó cierto tiempo y no llegaron, el señor Joaquín se enfadó mucho y yo me llevé una buena regañina de mi madre.


Al fin llegó mi padre para pasar unos días con nosotros pero no recuerdo cuantos pues llevaba fecha de vuelta.


Durante todos los días que estuvo allí disfrutó mucho, pues era el mes de Junio y estaban recogiendo los albaricoques y a él le gustaban mucho. No queríamos que mi padre se volviera sin nosotros así que lo arreglamos para volvernos con él pero el viaje de vuelta se merece otro capítulo que ahora contaré.


Continuará en la tercera y última parte.